El Real Casino de Murcia es uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad. Se encuentra en la céntrica calle Trapería, no lejos de la catedral. Su construcción comenzó en 1847 siendo una mezcla de las distintas corrientes artísticas que coexistieron en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX en España. Fue declarado monumento histórico-artístico nacional en 1983.
El edificio es la sede de la institución del mismo nombre, que funciona como un club privado. La planta baja del edificio está abierto a visitas turísticas y a la celebración de actividades culturales, es el edificio civil más visitado de la Región de Murcia. Tras un periodo de creciente deterioro provocado por la crisis de la institución, el edificio fue profundamente restaurado entre los años 2006 y 2009.
EL EDIFICIO Y SU HISTORIA
En 1847 se fundó la Sociedad del Casino, ocupando la casa del Conde de Campo Hermoso, en la calle Lucas, hasta que en 1853 se inauguró el local donde se asentó definitivamente.
Su aspecto es el resultado de sucesivas reformas y ampliaciones que partiendo del edificio original (1852), obra atribuida a Francisco Bolarín Gómez, fue creciendo hasta encontrar su salida a la calle de la Trapería de manos del arquitecto Pedro Cerdán Martínez, que en 1902 concluyó las obras según el proyecto de José Marín Baldo.
La Fachada del edificio que da a la calle Trapería, construida en 1902, es obra del arquitecto murciano Pedro Cerdán Martínez, realizada por el escultor Manuel Castaños. Ecléctica con influencias modernistas e historicistas está construida en piedra arenisca y posee un zócalo de mármol rojo de Cehegín. El arco de entrada constituye un poderoso foco de atención gracias a una cabeza femenina que ocupa el centro de la composición. A ambos lados de la puerta principal se abren los amplios ventanales de dos salas conocidas popularmente como Peceras (1), lugar habitual de tertulia de los socios del Real Casino.
Tras la puerta de cristales coloreados se accede al Patio Árabe (2) que actúa como distribuidor del edificio. Su lujosa decoración neo-nazarí, obra de Manuel Castaños, está revestida por más de 35. 000 láminas de pan de oro. Está inspirado en la puerta del Patio de los Embajadores de la Alhambra. La luminosa bóveda estrellada de hierro y cristales coloreados que cubre el patio es la parte más alta del edificio. Una inscripción en árabe que reza «Nada más grande que Alá» se repite a lo largo de todo el perímetro. Tras cruzar el Patio Árabe nos encontramos en su enorme galería central. Es un pasaje cubierto,un punto de reunión y tertulia, distribuyendo las distintas dependencias.
La primera dependencia que se sitúa a mano derecha en la galería central es el Salón del Congresillo (4), un elegante saloncito entelado que servía de punto de reunión a “ciudadanos notables” de Murcia. En su decoración, destacan las sedas y maderas, la lámpara y las escayolas del techo. Alberga parte de la importante colección de pinturas románticas del siglo XIX y primeros años del XX, con obras de gran formato de Manuel Arroyo, Manuel Piccolo y Obdulio Miralles.
Por el Congresillo se accede al Salón de Baile (5). Construido entre 1870 y 1875, está concebido en un estilo neo-barroco, de inspiración francesa. El majestuoso lienzo del techo fue pintado entre otros por Manuel Arroyo y Eduardo Gil Montijano. Cuatro medallones en las esquinas muestran a los hijos ilustres de Murcia, el actor Julián Romea, el escultor Francisco Salzillo, el pintor Pedro Villacis y el político José Moñiño, Conde de Floridablanca.
Cinco deslumbrantes lámparas de bronce dorado y cristal de Bacarat iluminan el Salón. Fueron las primeras lámparas que lucieron con luz eléctrica en la ciudad. Además de la suntuosa decoración de espejos, molduras, bajorelieves y cornucopias, destaca el suelo de tarima de madera taraceada que data de 1877. Es el único suelo que no ha sido sustituido en los diferentes procesos de reforma o restauración.
El Patio Pompeyano (6), de estilo neoclásico, está cubierto por una cúpula de hierro y cristal y alberga algunas esculturas de gran belleza. A las dos copias de “Danae” y “La Amazona” de Policleto, del Museo Vaticano, hay que añadir la excepcional “Venus” de José Planes, que se encuentra en el centro del patio y la “Mujer” de Antonio Campillo.
Flanqueando el Patio Azul al final de la galería, se encuentra la Sala de Billar (7), destacando su bello artesonado de madera. Está dotada de lámparas orientables sobre las mesas que, a su vez, están calefactadas, por lo que ofrecen las mejores condiciones para practicar el juego. La sala ha sido escenario de importantes campeonatos de billar. El mobiliario original está dotado de altura suficiente para permitir ver con toda comodidad las jugadas de billar.
Nuevamente en la Galería Central se accede a la derecha al Salón de Te (8). Actualmente se utiliza como salón para el gran casino. Destaca el espléndido techo de escayola con exquisitos relieves.
Frente al Salón de té, atravesando la galería se accede al Salón de Armas (9), sus cristaleras ornamentadas con panoplias atestigúan que fue en su día la sala de esgrima del Real Casino. Fue utilizado como sala de ajedrez, entre otros muchos usos. Está dotado de luz natural gracias a un lucernario cenital y guarda el resto de la colección de pintura del siglo XIX, integrada por lienzos de Germán Hernández Amores, Joaquín Agrasot y Miguel Blay, pintados inicialmente para decorar la Sala de Billar.
Saliendo a la calle Central se accede al Salón de Damas (10) que ocupa parte de la antigua sala de armas. Ejecutado con lujo, destacan sus espejos y sedas. Los apliques conservan las pantallas que fueron bordadas con hilo de oro en los talleres de bordado de Lorca. El lienzo que decora el techo, obra de José Marín Baldo, es una alegoría de la noche y representa a la Diosa Selene. Hasta la rehabilitación integral estuvo en uso y se conservan los juegos de plata de tocador.
La ultima dependencia, situada enfrente del congresillo, es la Biblioteca Inglesa (11), obra realizada en 1913 según el proyecto de la firma británica Waring & Gilow, en la que destaca su tribuna superior de maderas talladas sustentada por ménsulas de fundición en forma de flamencos que, como aves migratorias, representan el espíritu viajero del siglo XIX. La Biblioteca guarda una magnífica colección de libros, integrada por más de 20.000 volúmenes de los siglos XVII, XVIII y XIX. Un lucernario cenital proporciona luz natural a los veinticinco puestos de lectura. Un detalle curioso lo constituye el trampantojo del hueco de la escalera de caracol que accede a la tribuna superior, donde el revestimiento no es de madera sino de estuco pintado.