… Las piezas expuestas componen un puzle que discurre –o mejor, que navega, por acercarnos a los intereses del artista, a sus raíces mediterráneas, a sus vínculos con el mar– entre un aparente decorativismo y un contenido expresionismo. Una búsqueda de perfección formal, una armonía que proclama… ¿la austeridad, la economía expresiva? Una obra donde la técnica empleada, esa versatilidad puesta en juego para la obtención de formas y volúmenes a partir de la manipulación de una superficie plana, es una sentida demostración de lo heterogéneo que resultan los intereses del artista. Pero Belando no renuncia en ningún momento a la experimentación, ni a su capacidad de producir obras en las que apreciar el aporte emocional o la carga puramente sensitiva. Es curioso como muchas de estas piezas, muchas de estas esculturas, son volúmenes que han tomado sus formas ásperas y cortantes de la vida orgánica, de la representación de animales que han devenido emblemas, una manera de reflexionar –tal como Janto meditó frente a Aquiles, aclarándole que fue el destino, o Apolo, el causante de la muerte de Patroclo– sobre el ser humano y sus diferentes situaciones… una metáfora, a menudo cargada de ironía y de una fina provocación, como ocurre con esos Amores perros, esos dos canes que muestran su amor y practican sexo ante nuestra vista. Cachalotes –una serie que estaría incluida en el proyecto “Armadura”– plantea una alegoría donde el animal marino representa al ser humano; sugerentes piezas realizadas con el ensamblaje de planos, a veces abiertos, que rayan en la abstracción; donde el acero forja, según las propias palabras de Belando, una coraza protectora. Formas que, en bastantes ocasiones, devienen humanas. O como en la serie El Invasor, en la que la figura del toro no es sino un trasunto de personajes vinculados a la cultura y al mito griego: Aquiles, Patroclo, Thales o Aristóteles…  Emblemas, emblemas del corazón, como la pieza Diana –ese sangrante corazón asaeteado–…